- Desde 2000, el 21 de febrero se celebra el Día Internacional de la Lengua Materna, instaurado por la UNESCO
- En México no existe una lengua oficial, más de 7 millones de mexicanos hablan alguna lengua indígena
Si se preguntara aleatoriamente a cualquier residente mexicano cuál es la lengua oficial del país, probablemente respondería que el español. No obstante, lo correcto desde un punto de vista jurídico es que México no cuenta con una lengua oficial, sino con 69 lenguas nacionales que gozan de la misma validez e igualdad.
Dicho estatus fue instaurado desde hace 15 años por la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas (LGDLPI), de la cual también se derivó la creación del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), que ha identificado hasta ahora 68 agrupaciones lingüísticas -o lenguas- que son originarias del territorio nacional.
Karina Fascinetto Zago, docente del Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica de la BUAP, indica que el INALI ha reconocido a México como un país multilingüe, dada la coexistencia de 11 familias lingüísticas: Álgica, Yuto-nahua, Cochimí-yumana, Seri, Oto-mangue, Maya, Totonaco-tepehua, Tarasca, Mixe-zoque, Chontal de Oaxaca, y Huave. De acuerdo con datos de la Encuesta Intercensal 2015 del INEGI, 7 millones 382 mil 785 mexicanos hablan una de las 68 lenguas indígenas.
Este año, la celebración del Día Internacional de la Lengua Materna por parte de la UNESCO está centrada en el tema "Preservar la diversidad lingüística y promover el plurilingüismo para apoyar los ODS (Objetivos de Desarrollo Sustentable)”. En este sentido, la organización mundial fomenta el acceso a la educación en la lengua materna, la cual es el primer sistema lingüístico que un ser humano adquiere y que lo dota de una visión particular del mundo.
Plurilingüismo: un potencial de gran alcance
El cúmulo de lenguas que coexisten en el país no tienen únicamente una riqueza lingüística, sino que las comunidades indígenas son portadoras además de un potencial cultural que a menudo no es apreciado, indica Elizabeth Martínez Buenabad, profesora investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”. La académica, quien realizó una estancia posdoctoral en el Colegio de Michoacán, se ha dedicado a temas como la educación intercultural y la sociolingüística y antropología educativas.
En este sentido, el doctor Edmundo Hernández Amador, investigador del Departamento de Investigaciones Históricas del Movimiento Obrero (DIHMO)-VIEP y hablante de náhuatl que durante casi 10 años ha impartido clases de esta lengua en la Universidad, destaca que el plurilingüismo debe enriquecer a la sociedad en la medida en que permita la reflexión a propósito de la situación actual. Así, en lugar de enfatizar el reconocimiento cultural y la identidad étnica, considera que debe existir un enfoque centrado en la desigualdad social y las condiciones materiales de reproducción de las clases sociales.
“Las lenguas originarias, y su diversidad, deben entenderse como una parte de un todo más amplio y complejo que implica el impulso de políticas públicas que busquen la igualdad de oportunidades para las clases sociales más desfavorecidas, las cuales se encuentran en su mayoría compuestas por los grupos indígenas”, destaca.
Lenguas, no “dialectos”
Es común que las lenguas indígenas sean llamadas “dialectos”. A pesar de que a primera vista no hay una gran diferencia, esta distinción propicia una desigualdad de prestigio y reconocimiento entre lenguas como el español y el náhuatl. “Hay que revertir todo lo que por siglos ha estigmatizado las lenguas indígenas, que son lenguas nacionales junto con el español. No son dialectos: desde allí andamos mal”, asevera Martínez Buenabad, docente de la Maestría en Antropología Sociocultural del ICSyH.
Una variante dialectal es una realización específica de una lengua determinada por condiciones geográficas y culturales, entre otros factores. En el caso del español, esta situación es visible en las diferencias léxicas y fonéticas entre los hablantes de México, Colombia y Argentina, por ejemplo. A pesar de las divergencias, las tres comunidades lingüísticas pueden establecer una conversación entre sí con inteligibilidad mutua. En lo que respecta a las lenguas originarias de nuestro país, el Catálogo de las Lenguas Indígenas Nacionales del INALI reconoce un total de 364 variantes.
En el caso del estado de Puebla, de acuerdo con cifras del INEGI en 2015, 11.26 por ciento de la población total habla alguna lengua indígena, lo cual representa 656 mil 400 personas. De este repertorio, el náhuatl reúne a 73 por ciento de los hablantes, seguido por el totonaco y el mazateco. En total, siete son las lenguas que el INALI ha registrado en el estado, aunque esta cifra se ha enriquecido con la migración de población indígena de habla zapoteca, por ejemplo.
Al respecto, Hernández Amador, doctor en Sociología por el ICSyH, señala que en el caso del náhuatl, las variantes lingüísticas son “una manifestación de la vitalidad de las lenguas originarias en Puebla. Su caos nos permite entender lo flexible de los idiomas”. Una muestra del uso activo de dicho sistema lingüístico son los préstamos que toma del español e incluso del inglés.
“Por ejemplo, si yo digo Mach itlah nikkomprenderowa estoy diciendo “No comprendo nada”. Nikkomprenderowa se deriva del verbo “comprender”. Y, en este caso, se manifiesta en su forma transitiva y conjugada en tiempo presente en el náhuatl”, afirma el especialista.
Véneto chipileño, una lengua arraigada
Además del cúmulo de lenguas indígenas que se hablan en todo el estado de Puebla, desde 1882 en Chipilo se habla una lengua minoritaria: el véneto chipileño. Fascinetto Zago, también doctorante en Ciencias del Lenguaje por el ICSyH, señala que es pertinente llamarlo “chipileño” y no solo véneto, ya que esta lengua se distingue de su par en Italia debido al contacto que ha mantenido con el español.
En cuanto a su apreciación por parte de los hablantes, la docente reconoce planteamientos divergentes entre el véneto chipileño, por una parte, y las lenguas indígenas, por otra. En estas últimas, los hablantes suelen desear “un nivel de vida más alto, y tiende a valorar la lengua indígena como una herencia que imposibilita este objetivo”. En su contraparte, la lengua originaria del Véneto, Italia, es percibida por sus hablantes “como un legado que va a la par del crecimiento profesional y laboral”.
Con relación a su uso, los hablantes bilingües véneto-español ejercen una función diferenciada entre ambas lenguas. Mientras que la primera está reservada para espacios internos, familiares y más emocionales, el español es el código usado en espacios académicos, profesionales e institucionales.
Dado que la LGDLPI reconoce como lenguas nacionales únicamente a las lenguas de pueblos existentes en el territorio nacional antes del establecimiento del Estado Mexicano, o bien, aquellas de otros pueblos indoamericanos que ya cuentan con arraigamiento en el país, el véneto chipileño no se encuentra respaldado por dicha legislación. A pesar de ello y de ser una lengua minoritaria de migración, “se ha mantenido por 136 años, gracias a que se adquiere en casa y a una actitud lingüística favorable”, afirma la especialista.
Asimismo, destaca que “en la comunidad de Chipilo, hay casos que muestran el aprecio por las lenguas indígenas, ya sea por curiosidad o por la formación académica. Algunos chipileños han aprendido náhuatl y ahora son trilingües en véneto, español y náhuatl”.
Discriminación, un día a día
A pesar de que desde el 2003 entró en vigor la LGDLPI, Martínez Buenabad y Elizabeth Vázquez Ramos, lingüista y coordinadora académica del Centro Universitario de Participación Social (CUPS) de la BUAP, coinciden en que los recursos legales no son suficientes para transformar la situación de las comunidades indígenas.
“En materia jurídica tenemos muchas garantías, avances y reconocimiento a la diversidad lingüística; el problema central es que socialmente no hemos sido educados ni formados para reconocer al otro con todo y su cultura. Pesa mucho el tema de dominio y sumisión heredado desde el coloniaje, en donde solamente hay reconocimiento a una sola cultura -la occidental- y a una sola lengua: el español”, afirma Martínez Buenabad.
De igual manera, Vázquez Ramos, durante su labor dentro del CUPS, ha identificado que “las lenguas originarias son tremendamente rechazadas en las ciudades en cuya lógica de modernidad y progreso no caben. Desde esta visión estereotipada y racista, son valiosas sólo cuando se les folkloriza, lo cual invisibiliza la enorme importancia que tienen en la configuración actual de nuestra sociedad y en la dinámica diaria de las ciudades”.
Por su parte, el investigador del DIHMO identifica una discriminación oculta que es ejercida entre los propios grupos indígenas. Debido a que en el imaginario colectivo se cree que entre los pueblos originarios existe una total comunión de ideas y tradiciones, este tipo de discriminación es menos evidente. “Cuando la lengua se asocia al grupo dominante en una región resulta que los grupos minoritarios o subordinados son excluidos de muchas decisiones locales”, ejemplifica.
En esta línea y ante la vasta diversidad de lenguas, señala que incluso la celebración de un Día Internacional de la Lengua Materna es discriminatoria “porque nos da a entender que un solo día basta para reconocer la riqueza de estas lenguas. Es decir, todo un universo lingüístico se resume a un día en el calendario”.
Educación bilingüe y participación de la Universidad.
Para Hernández Amador, la educación bilingüe desde niveles como la primaria o el preescolar es un primer paso para generar planes de estudio de este tipo. Con este fin, es necesario aprender “de los buenos cursos que se imparten en inglés para apoyarnos en los planes de estudios y utilizar diversos recursos como lo hacen los profesores que imparten esta lengua (libros, audio, autoacceso)”. Esto, sin perder de vista las necesidades particulares de las lenguas originarias.
En este proceso, la universidad como institución social juega un papel fundamental en dos sentidos: sensibilización de la población y apoyo a proyectos de desarrollo económico y social. “La universidad debe vincularse con otros sectores de la sociedad para derribar los mitos respecto a que las lenguas indígenas son ‘dialectos’ ”, sentencia.
Al respecto, el CUPS ha llevado a cabo desde 2001 campañas de alfabetización en comunidades indígenas –nahuas y totonacas, principalmente- de la Sierra Norte, la Sierra Nororiental y la Sierra Negra del estado de Puebla, así como en juntas auxiliares y colonias del municipio capital que corresponden a asentamientos originarios, como San Andrés Azumiatla, La Resurrección y San Miguel Canoa.
De acuerdo con Vázquez Ramos, cuyo interés académico y laboral se centra en la educación no formal y la sociolingüística, son dos los proyectos principales que la BUAP ha puesto en marcha en dichas zonas: Alfabetización con adultos y Desarrollo comunitario. En el primero de los casos, se busca que la alfabetización en español no afecte la vitalidad de las lenguas originarias, por lo que solo se trabaja con comunidades bilingües o hispanohablantes.
Algunas de las actividades que ambos programas propician son la confección de periódicos comunitarios bilingües o cápsulas de radio en lenguas originarias. “También se hacen entrevistas a las personas para conocer sus opiniones sobre su lengua y cultura; se realizan eventos en los que las personas cantan o leen en su lengua o asambleas en las que se organizan también a través de ella”, explica la coordinadora académica del CUPS.
Tras su trayectoria académico-laboral en el tema, reconoce que, no obstante la estigmatización de las lenguas indígenas, existe una defensa y reivindicación. “Estas luchas se están dando desde las radios comunitarias, desde las cooperativas u organizaciones indígenas, desde propuestas educativas alternativas a las oficiales, desde ciertas esferas de la academia, desde los movimientos de defensa del territorio y desde los camellones o negocios de memelas”.