Cordero Dávila: más de 35 años de poner la investigación al servicio de la sociedad
- El investigador de la BUAP es el autor del programa Del aula al Universo, un proyecto que ha beneficiado a 950 escuelas, a lo largo y ancho del país
Alberto Cordero Dávila, investigador de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas de la BUAP, es el autor del programa Del aula al Universo, que ha hecho posible que casi mil escuelas del país cuenten con al menos un telescopio propio. Considerado uno de los mejores ópticos del país, obtuvo el Premio “Cabrillo de Oro” por parte de la colaboración científica internacional del Observatorio Pierre Auger de Rayos Cósmicos Ultraenergéticos, debido a que el diseño de los telescopios –de su autoría, en colaboración con sus estudiantes- logró imágenes de buena calidad en campos de visión inesperadamente grandes. Doctor en Óptica, es nivel III del Sistema Nacional de Investigadores. Para él, “un país con tanta pobreza (como México) nos debería doler a todos”.
El precio promedio de un telescopio es de 8 mil pesos. A la fecha, alrededor de 950 escuelas secundarias y preparatorias del país han podido adquirir uno a menos de la mitad de dicho costo, gracias al proyecto Del aula al Universo. La iniciativa, emprendida hace aproximadamente cinco años en el Laboratorio de Pruebas Ópticas de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas (FCFM) de la BUAP, está a cargo del doctor Alberto Cordero Dávila, docente de la unidad académica y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, en el nivel III.
No obstante, el inicio de su trabajo en el área de la Óptica y las ciencias exactas se remonta décadas atrás. Desde pequeño tuvo una inclinación casi natural a las labores prácticas, dado que su padre fue carpintero y entre sus tíos había herreros y mecánicos. “Hacía trabajos en el taller de mi padre. Él era innovador: le gustaba mucho hacer máquinas”, afirma sentado en su cubículo. Guarda silencio unos segundos y revira: “quizá en algún momento hubo un cambio en mí: fui seminarista”.
Si bien estudió durante cinco años en el seminario, el doctor en Óptica por el INAOE destaca su interés en ese periodo por materias como Matemáticas, Física y Química. Más tarde, decidió abandonar la formación eclesiástica y pensó en cursar la carrera en Medicina: “Me parecía atractivo, pero existió el pretexto para no ingresar y dejé la idea guardada en el clóset para un futuro que no llegó nunca”. Al contrario, lo que sí aconteció después fue su acercamiento a las ingenierías civil y mecánica; sin embargo, tampoco permaneció mucho tiempo en dichos planes de estudio.
Fue hasta 1972 cuando el joven Alberto se matriculó en la Licenciatura en Física, ubicada en aquel entonces en el Edificio Carolino. “Yo decía si no me gusta, me voy a otro lado, pero sí me gustó y me quedé aquí”. Durante sus estudios, una de sus principales influencias para dedicarse a la Física aplicada y específicamente a la Óptica fue el profesor Oswaldo Harris Muñoz, investigador del INAOE, con quien coincidiría nuevamente al obtener el grado, el cual concluyó con el mejor promedio de su generación y por lo cual obtuvo el “Premio al saber”, otorgado por la Asociación Mexicana de Ingenieros Mecánicos y Eléctricos (AMIME).
La Óptica, una rama de la Física aplicada
Alrededor de 1976, el hoy autor de más de 80 publicaciones en revistas internacionales y quien ha dirigido alrededor de 40 tesis de pregrado y posgrado, tuvo que elegir la institución en la cual iniciar sus estudios de posgrado: el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (CINVESTAV), del Instituto Politécnico Nacional, o bien, el Instituto de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE). Su decisión para escoger la segunda opción se basó en dos razones: la primera, por aquellos años tenía la idea –que más tarde reconoció errónea- que las investigaciones del CINVESTAV giraban en torno a la Física teórica, mientras que las del INAOE a la ciencia aplicada. La segunda causa “es un poco de carácter personal: estaba cerquita de mi tierra”.
Así, gracias a la relativa cercanía con Atlixco -lugar en el que pasó su niñez- y la concordancia con sus ideales de Física aplicada, se incorporó a la maestría en Óptica en el instituto ubicado en Santa María Tonantzintla. Tras comenzar el doctorado y laborar como investigador durante un año, el INAOE pasó por una crisis que dejó sin profesores al nivel de posgrado que Cordero Dávila cursaba, por lo que se vio obligado a abandonar por un periodo sus estudios.
Fue en este punto, en 1979, cuando ingresó por segunda ocasión a la BUAP, ahora como académico, antes había cursado el nivel medio superior en la Preparatoria Benito Juárez. Tras presentar un examen de oposición, Alberto Cordero y Oswaldo Harris se incorporaron a la FCFM. Al integrarse a la planta docente, ambos decidieron emprender un proyecto pionero en los estudios en Física de nuestra universidad: formaron un grupo de Óptica. Con el paso de los años, el equipo aumentó con la llegada de investigadores como Gustavo Rodríguez Zurita y Rufino Díaz. Debido al crecimiento paulatino, se crearon subdivisiones por área de trabajo.
De entre las distintas líneas de la Óptica, él se decidió por echar a andar una máquina pulidora con la que se contaba en la facultad, dada su pasión por el trabajo práctico y la iniciativa de los estudiantes. De esta forma, arrancó un curso para que, en primera instancia, los alumnos de la unidad académica fabricaran su propio telescopio. Posteriormente, la convocatoria se amplió al público en general e incluso, recuerda el doctor Cordero, el Rector Alfonso Esparza Ortiz fue parte de dichos talleres.
La investigación al servicio de la sociedad: Del aula al universo
Como fruto de los primeros talleres de manufactura de telescopios, se amplió el alcance de los trabajos y hace alrededor de cinco años se conformó el programa Del aula al Universo, enfocado en construir telescopios para escuelas secundarias y preparatorias. Uno de los factores fundamentales para la concreción del proyecto fue la donación de monturas ecuatoriales por parte de una empresa privada, lo cual redujo los costos de fabricación.
“Casi mil escuelas durante cinco años es una cosa tremendamente pequeña, pero las cosas que nosotros hacemos sí repercuten. El telescopio que pudiera costar 8 mil pesos está, para las escuelas, en 3 mil 500 pesos”, señala el investigador al hablar sobre la aplicación del trabajo científico en el diseño de los telescopios del programa. Asimismo, menciona una investigación en curso desarrollada por académicos de la FCFM, la cual podría reducir el precio hasta los 2 mil 500 pesos.
Ser científico en México
Codero Dávila acota que la labor científica en nuestro país tiene el potencial para crear tecnologías propias y redituables que sean aprovechadas por la sociedad mexicana. Respecto a su trabajo, señala: “Hemos hecho investigación para que los telescopios no suban de precio para las escuelas. Esto es algo interesante porque desarrollamos tecnologías nuevas; no sé si muy modernas, pero que sí novedosas y que hacen que los costos de los telescopios sean menores”.
Sin embargo, también reconoce que los estudios científicos en México tienen pocas repercusiones en la industria, a excepción de casos como el campo médico. En la mayoría de las áreas hay una desarticulación entre los avances emanados de la investigación y la aplicación en productos introducidos a gran escala en el mercado.
Además de contar con dicha situación solventada, considera el catedrático, el México ideal tendría solucionadas problemáticas que actualmente persisten. La principal de ellas: la pobreza. “Un país con tanta pobreza nos debería doler a todos”, afirma. En su opinión, la reducción del pauperismo que permea en el territorio nacional implicaría una reconfiguración de modelos económicos y políticos que tendría un impacto destacado en la investigación: al generar industria enfocada en el consumo local, los investigadores estaría obligados a involucrarse en la solución de los problemas de su entorno inmediato.
Asimismo, para Cordero Dávila, Premio “Joaquín Rea” otorgado por el cabildo del municipio de Atlixco, debido a sus contribuciones a la ciudad, se reforzarían las dos labores principales de la universidad pública: otorgar a los estudiantes riqueza intelectual que les permita ascender en la escala social y la formación de entes críticos para la sociedad.